La
literatura tiene muchas formas de llegar a los demás… y esta vez lo ha hecho
sobre ruedas, con dibujos, voces, emoción y mucho corazón. Hace unos días, mis
niños y niñas se convirtieron en narradores, ilustradores, adaptadores de texto
y, sobre todo, en auténticos cuentacuentos.
El proyecto
comenzó con una selección de redacciones que habían escrito en clase. Elegí
seis textos escritos por niños y niñas de cada clase, y luego… ¡cruzamos historias!
Las redacciones de 6º A pasaron a 6|º B, y viceversa. Cada grupo recibió un
texto escrito por sus compañeros y tuvo el reto de adaptarlo para el formato kamishibai,
ese teatro de papel de origen japonés que combina imagen y narración oral.
Así nacieron cuentos llenos de imaginación y sensibilidad, como El jardín de las flores cantarinas, El bosque de las chuches, El país del harto, Diario de un calcetín, La caja que guardaba sueños, Una nube en mi colegio, Anoche soñé que era un globo o El ratón que comía libros. Títulos únicos, creados por ellos mismos, que encierran mundos enteros entre palabras e ilustraciones.
Durante
varios días, cada grupo trabajó con ilusión para transformar los textos en
cuentos visuales: ilustraron sus propias láminas, practicaron la lectura en voz
alta y cuidaron cada detalle de la puesta en escena.
El resultado
fue una experiencia mágica: representamos nuestras historias ante los más
pequeños del cole, los niños y niñas de Infantil, desde los tres hasta los
cinco años. Fue un momento de encuentro entre etapas, de generosidad, de
disfrute compartido. Los mayores contaban… y los pequeños escuchaban con los
ojos muy abiertos.
Os dejo aquí
algunas imágenes que capturan toda la ternura, el arte y la alegría de esos
momentos. Porque cuando un niño cuenta una historia a otro niño, la literatura
florece de verdad.