La semana pasada, las
clases de Lengua y Literatura se transformaron en una auténtica cápsula del
tiempo. Me vestí con capa, sombrero de ala ancha para llevar a mis niños y niñas al corazón del Siglo de Oro. Juntos viajamos
al Madrid de los espadachines, pícaros y poetas de pluma afilada, para conocer
la legendaria rivalidad entre Francisco de Quevedo y Luis de Góngora.
A través de una presentación dinámica —y un poco
teatral— exploramos el contexto histórico y literario de estos autores. Les
presenté su guerra poética, sus estilos opuestos (el conceptismo y el
culteranismo), y cómo los versos podían ser armas cargadas de ironía, ingenio y
crítica mordaz.
Inspirados por el
famoso poema “Érase un hombre a una nariz pegado”, lancé a mis niñas y niños un
desafío literario muy actual: escribir sus propios poemas con el título “Érase un hombre a un móvil pegado”. La
consigna era emular el tono satírico de Quevedo, pero aplicándolo a un tema
contemporáneo: la adicción al móvil, los chats infinitos y los “likes” sin
control.
El resultado ha
sido una auténtica joya. Los poemas que han escrito están repletos de ingenio, imaginación y sentido crítico.
Han sabido captar con humor y profundidad una realidad que conocen muy bien, y
lo han hecho con una riqueza verbal y una creatividad sorprendentes. Han
inventado palabras, han jugado con hipérboles que harían sonreír al propio
Quevedo, y han demostrado que la poesía también puede ser una herramienta para
pensar y cuestionar el mundo que nos rodea.
En un momento en
que es fácil caer en el consumo pasivo de contenidos, ver cómo mis alumnos se
expresan, reflexionan y crean con libertad ha sido, sin duda, uno de los
mayores regalos del curso.
Os invito a leer sus poemas a continuación. Disfrutadlos con una sonrisa... y, por qué no, con el móvil bien lejos por un rato.
Gracias
por tanto a mis chatis.


