Esta semana mis niños y niñas se embarcaron en una aventura muy especial: cada uno de ellos y ellas se convirtieron en un pequeño jardinero… pero no de plantas, sino de palabras.
El punto de partida fue un título mágico: “El jardinero que cultivaba palabras”.
A partir de él, les propuse reflexionar sobre la fuerza que encierran las
palabras, esas que sanan, iluminan y abrazan… y también sobre aquellas que, si
no las cuidamos, pueden marchitar el alma. Les invité a pensar en el lenguaje
como un jardín vivo, que necesita cuidados, mimo y presencia. Porque si una
palabra que se olvida, se pierde. Y cuando eso ocurre, es como si una flor
única se extinguiera.
El resultado ha sido maravilloso: historias llenas de
ternura, imaginación y profundidad. Me siento orgullosa de ver cómo, con tan
solo once o doce años, mis “chatis” son capaces de pensar en la importancia de
hablar con cuidado, de escribir con respeto, de comunicarse con amor.
Y no solo las palabras florecieron. Los dibujos y las
presentaciones que han acompañado sus relatos son pequeñas obras de arte. Aquí
comparto algunas de sus historias. Espero que os lleguen al corazón como me han
llegado a mí.
Que nunca dejemos de sembrar palabras que cuiden, que conecten, que den vida.
¡Bravo, chatis!














